Mientras las empresas petroleras realizan perforaciones en el Parque Nacional Yasuní, los ecuatorianos ofrecen resistencia

Considerado el lugar con mayor biodiversidad del mundo, el Yasuní está en peligro de ser arruinado por la explotación de sus recursos naturales. Y el tiempo para salvarlo se agota.

El parque de mayor biodiversidad en el planeta puede ser un lugar muy ruidoso, especialmente cerca del atardecer, cuando las criaturas diurnas ceden la selva a las que deambulan y ofrecen serenata por la noche. Pero en una tarde de abril, los senderos cerca de la Estación Científica del Parque Nacional Yasuní están increíblemente tranquilos.

En un medio día de caminatas por los fangosos senderos cercanos a la estación, vemos unos pocos lagartos y serpientes y una tropa de monos ardilla que se mueven rápidamente, pero apenas algunas de las 610 especies de aves que han sido catalogadas dentro de los límites del parque.

“Hace solo unos años, la vida silvestre aquí era asombrosa”, dice mi compañero de excursión, el biólogo ecuatoriano y fotógrafo de la naturaleza Rubén D. Jarrín. Sin embargo, las nuevas carreteras y oleoductos siguen perforando más profundamente este frágil país de las maravillas, perturbando los movimientos y ciclos de vida de cada uno de sus habitantes, desde las aves que habitan las copas de los árboles hasta los jaguares que merodean por la tierra. A medida que los estudios sísmicos determinan con precisión nuevas bolsas de petróleo en el prístino núcleo del parque, los amantes de la vida silvestre en el Ecuador y en todo el mundo se están uniendo para salvar esta Reserva de Biosfera de la UNESCO y su red estrechamente conectada de personas, plantas y animales.

Jarrín y yo pasamos el día anterior conduciendo hasta Yasuní desde Quito, la montañosa capital de Ecuador. Subimos primero hasta el páramo sin árboles; luego, seguimos el serpenteante camino entre volcanes activos, descendiendo durante horas por los nubosos bosques de luz fantasmal. La densa niebla de color rosa finalmente se abrió, revelando una enorme extensión de selva tropical veteada de ríos debajo de nosotros, la cual se extiende hasta el horizonte oriental y dos mil millas más allá.

Los biólogos han identificado el área de Yasuní, ubicada en la intersección lluviosa del Amazonas, los Andes y el ecuador, como el lugar con mayor potencial de biodiversidad en la Tierra. Mientras que gran parte de la cuenca del Amazonas es plana, con suelos relativamente infértiles, las bajas colinas de esta región albergan innumerables microclimas y se componen de capas de suelos oscuros enriquecidos de tierra volcánica.

En una sola hectárea de tierra aquí, los botánicos han identificado 655 especies de árboles, más que en los Estados Unidos y Canadá juntos. El inventario cada vez mayor de fauna en el Yasuní incluye 173 especies de mamíferos y más especies de insectos que en cualquier otro bosque del planeta. Los avistamientos de mamíferos amenazados a nivel mundial, como el delfín rosado de río y el oso hormiguero gigante son bastante comunes. Un observador de aves afortunado podría hacer un avistamiento excepcional de un cuco terrestre vertrirrufo o de una garza agamí. Hay murciélagos que capturan peces, osos hormigueros y nutrias gigantes y una rana cuya piel translúcida permite una visión de rayos x de sus órganos internos.

Lo que está en juego aquí es aún mayor que la conservación de la biodiversidad y se extiende mucho más allá de la parcela de tierra en sí. Con el fin de evitar los peores impactos del cambio climático, dicen los científicos, la mayor parte de los recursos de combustibles fósiles que quedan en el planeta tendrá que permanecer bajo tierra. La selva amazónica, el sumidero de carbono y cuenca hídrica más grandes del mundo, es crucial para mitigar el cambio climático fuera de control. El noroeste del Amazonas, donde se encuentra el Yasuní, se jacta de tener la más alta biodiversidad de la cuenca y se considera como la región con más probabilidades de mantener las condiciones de selva tropical húmeda. A medida que la prevista sequía provocada por el cambio climático se intensifica en el Amazonas oriental, esta área podría servir como un refugio biológico crucial para especies desplazadas.

“Si no somos capaces de proteger lugares tan importantes”, dice Kevin Koenig, director del programa Amazon Watch, “entonces parece poco probable que vayamos a ser capaces de proteger al resto del planeta. Dependiendo de lo que suceda aquí, podríamos estar en el inicio de lo que podría llegar a ser una historia muy trágica”.

 

Una vez que Jarrín y yo aterrizamos en las estribaciones de los Andes, condujimos durante dos horas a lo largo de los caminos ondulados al norte del río Napo, la más grande de las cabeceras del Amazonas ecuatoriano. Aquí, el paisaje devastado está salpicado de estanques de sedimentación química, fárragos de oleoductos en las carreteras y pueblos petroleros de borrachera rápida como Coca, Pompeya, y Lago Agrio (por Bitter Lake, el nombre de la antigua sede de Texaco en Texas).

El presidente de Ecuador, Rafael Correa, para su elección de 2006, se montó en parte sobre una ola de indignación nacional por el legado de contaminación de las selvas tropicales nacionales dejado por las compañías petroleras extranjeras. El fogoso Correa, una especie de Hugo Chávez liviano con talento de showman, reclutó a activistas de Hollywood para una campaña mediática de “manos sucias” en apoyo a la prolongada batalla legal de la pequeña nación contra Chevron Texaco, la cual había derramado 18 mil millones de galones de desechos tóxicos en el norte de la selva tropical Yasuní. Dando su palabra de echar a los gringos, Correa prometió que el control ecuatoriano sobre la producción de petróleo protegería la tierra y las personas del Amazonas.

De hecho, la nueva infraestructura petrolera, de aspecto ordenado, al sur del río parece ser una gran mejora con respecto a los paisajes muertos del norte. Eso es debido, en parte, a que las normas y métodos han evolucionado desde los días del “todo vale” en los que se desarrollaron los campos petrolíferos del norte y, en su mayor parte, debido a que la operación petrolera (una empresa conjunta liderada por Repsol de España) restringe estrictamente el acceso a esta zona, la cual se denomina Bloque 16.

La mayor parte del Bloque 16 se superpone con una reserva que en 1990 se delineó en el Parque Nacional Yasuní para el pueblo Waorani, amerindios amazónicos que son étnica y culturalmente distintos de otros grupos étnicos en Ecuador, y que hablan un idioma que no está relacionado con ninguna otra lengua conocida. Los líderes Waorani lucharon con éxito por su tierra natal para proteger su cultura y sus tierras de los colonos y de la explotación forestal y petrolera. Sin embargo, después de que se creó la reserva, algunos líderes Waorani hicieron acuerdos polémicos que llevaron a la extracción de petróleo en el territorio.

En la actualidad, solo se les permite entrar a los trabajadores del petróleo, los residentes Waorani, los investigadores y a otros dispuestos a superar los importantes obstáculos burocráticos, a través de una estación de transbordadores que está protegida por alambre de púas y guardias armados. Esto ha desacelerado la tasa de colonización y deforestación y ha reducido los impactos de la caza.

“Se han ralentizado los impactos, pero no se han detenido”, dice Juan Carlos Armijos. Durante los ocho años que ha trabajado en la Estación Científica Yasuní, dirigida por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) en Quito, Armijos ha desarrollado estrechos vínculos con los Waorani, que hasta hace poco cazaban con lanzas y cerbatanas y llevaban vidas seminómadas. En la actualidad, la mayoría de los Waorani se han asentado en comunidades al borde de carreteras y muchos utilizan dinero en efectivo proveniente de las empresas petroleras para comprar armas. Debido al desarrollo de un mercado de carne de animales salvajes, plumas y mascotas exóticas, la vida silvestre en los bosques cerca de las carreteras ha disminuido notablemente.

Armijos me lleva a la localidad de Guiyero, la que ayudó a equipar con aulas, un laboratorio de computación, y un proyecto de piscicultura ahora desaparecido. Nos encontramos con Bogui Ahua que nos muestra su mascota, un guacamayo azul y amarillo, una de las muchas aves cautivas en la aldea. Cerca de allí, una mujer se agacha sobre un fuego fuera de su casa, hecha de bloques de concreto, y quema el pelo de la pata trasera de un pecarí que su marido mató de un disparo esa mañana.

“En los viejos tiempos, cantábamos y bailábamos cuando teníamos un pecarí para comer”, dice Humberto Ahua, el jefe Wampi de Guiyero. Lleva una vincha de hojas de palma trenzadas, un collar de dientes de jaguar y formales mocasines de cuero mientras habla en la lengua wao, que su sobrino le traduce al español. “Luchábamos para defender nuestro territorio pero, la mayoría de las veces, solo viajábamos y cazábamos. Era una vida tranquila, en su mayoría”.

Hace unos 40 años, cuando Ahua era un niño, un helicóptero depositó en tierra a un misionero. “Uno de nuestros hombres llegó a la aldea y dijo: ‘Tenemos un nuevo amigo’. Pero antes de que llegáramos allí, los otros le habían matado donde aterrizó”. Los próximos misioneros consiguieron un recibimiento más cálido, “pero desde entonces nuestra cultura ha decaído”, dice el jefe. “Hace unos años, algunas personas nos dieron dinero para firmar algo en español. Luego vino el petróleo. Ahora es más difícil encontrar un bosque con animales”.

Aunque los Waorani han sido arrastrados a medias hacia el mundo moderno, dos pueblos indígenas aislados del Yasuní, los Tagaeri y los Taromenane, continúan con estilos de vida que han cambiado poco desde la Edad de Piedra. “Sabemos tan poco como de ellos como ellos de nosotros”, dice Enrique Vela, ex director de derechos humanos de Ecuador para las poblaciones indígenas. La mayoría de las estimaciones calculan el número de tribus no contactadas entre 80 y 300, aunque su población está disminuyendo como resultado de disputas asíncronas con los Waorani, cuyas nuevas herramientas les permiten cazar en forma más eficiente y llevar a cabo los ciclos de venganza que han definido las relaciones tribales al oeste del Amazonas durante miles de años.

La expansión de la exploración y producción de petróleo en Yasuní ha aumentado las tensiones y los conflictos entre los grupos indígenas por el territorio y los recursos. Aunque el gobierno ha delineado una “zona intocable”, de entrada prohibida, para las personas que viven en aislamiento voluntario, ha permitido entrar a los topógrafos petroleros y ha aprobado los planos para las plataformas petrolíferas en el límite, apretujando a los Tagaeri y a los Taromenane dentro de una parcela de tierra cada vez más pequeña.

Sin ningún conocimiento de las fuerzas globales que convergen alrededor de ellos, se cree que las dos tribus están entre aproximadamente los 90 pueblos aislados en la Tierra con menos probabilidades de sobrevivir la próxima década. “Es casi seguro que no tienen ni idea de la existencia de un país llamado Ecuador, que los considera ciudadanos”, dice Vela. También es probable que no tengan conocimiento de la serie de traspiés que han creado los dramas medioambientales y de derechos humanos que ahora están llegando a un punto crítico en el Yasuní.

“Hay dos realidades diferentes aquí en Ecuador”, dice Renato Valencia, que dirige el Proyecto sobre Dinámica del Bosque Yasuní. “Existe la que está definida por la ley y existe lo que está sucediendo realmente”.

La constitución actual de Ecuador, ratificada en 2008, protege los derechos y las culturas de las poblaciones indígenas que viven en aislamiento voluntario. Una cláusula más conocida reconoce la naturaleza en sí misma —descrita por el término quichua Pacha Mama— como una entidad con derechos protegidos jurídicamente y prohíbe la extracción de recursos no renovables en las áreas protegidas.

Los activistas ambientales y de derechos humanos en todo el mundo celebraron la poesía innovadora de la constitución de Ecuador. Sin embargo, en casa, las dificultades de aplicarla pronto se hicieron evidentes, más dramáticamente en el Yasuní. El problema más difícil es el de representación: ¿Quién habla por los árboles?

Poco después de su elección, el presidente Correa dio su apoyo a una propuesta audaz y sin precedentes: Ecuador aplazaría un plan para extraer un estimado de 920 millones de barriles de petróleo dentro de una prístina y ecológicamente sensible región oriental de Yasuní conocida como el Bloque ITT (llamado así por los campos petroleros Ishpingo, Tambococha y Tiputini). A cambio de preservar dicha región selvática de importancia internacional y de impedir que millones de toneladas de emisiones de carbono ingresaran en la atmósfera, Correa pidió al mundo desarrollado un anticipo de hasta $3,6 mil millones, aproximadamente la mitad de los entonces estimados ingresos por petróleo a los que el país estaría renunciando.

Los ecologistas retrasaron el plan como un prototipo para un nuevo paradigma emocionante, uno que reduciría la carga de la preservación del medio ambiente en los países pobres mientras el mundo daba los primeros pasos hacia una era post-combustibles fósiles. Desde entonces, las propuestas de “yasunización”, como han llegado a ser conocidas las iniciativas de “pago por preservar”, han proliferado en todo el mundo, desde Nueva Zelanda (carbón) hasta Nigeria (arenas bituminosas), Quebec (fracturación hidráulica para gas) e islas Lofoten de Noruega (petróleo).

Pero el plan de Ecuador tuvo un comienzo incierto. Aunque Alemania y otros países europeos lanzaron rápidamente su apoyo financiero detrás de la iniciativa ITT, se tardó más de dos años para negociar los detalles de un acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El acuerdo especificó que los fondos, la mayoría provenientes de los gobiernos de los países ricos, se gastarían en investigación y desarrollo de energías alternativas y otras tecnologías, la reforestación y el cuidado de las áreas protegidas, y el desarrollo social.

En diciembre de 2009, Correa firmó los documentos que establecían el fondo fiduciario internacional y envió un equipo encabezado por su canciller a la cumbre climática de las Naciones Unidas en Copenhague para anunciar el acuerdo.

Pero los intereses del petróleo —que representan una gran parte de los ingresos del gobierno y las exportaciones del país— estaban trabajando entre bastidores para sabotear la iniciativa. Después de que el equipo ya había llegado a Europa, Correa cambió abruptamente de opinión y llamó a las renegociaciones, insistiendo en que su gobierno retuviera más control sobre cómo se gastaría el dinero.

Con un nuevo equipo negociador en su lugar (el canciller de Correa renunció luego del incidente), las perspectivas de la iniciativa viraron entre la esperanza y las crecientes dudas. A medida que continuaban las negociaciones, el gobierno puso en marcha una subasta para nuevas concesiones de petróleo adyacentes al campo ITT y en otros sitios del Parque Nacional Yasuní. La filtración de documentos internos revelaría más adelante que, mientras el gobierno estaba impulsando públicamente el plan de renunciar a la perforación (y haciendo hincapié en la difícil situación de los pueblos indígenas aislados), estaba empezando negociaciones con las compañías petroleras interesadas en la extracción de las reservas del ITT y negociando préstamos con el Banco de Desarrollo de China, los cuales serían parcialmente pagados con el petróleo del ITT.

Ecuador y el PNUD finalmente llegaron a un acuerdo en agosto de 2010, pero algunos donantes potenciales se rehusaron debido a su falta de responsabilidad y garantías financieras. Alemania se retiró, decidiendo en su lugar financiar REDD+, el enfoque de la política principal de la ONU para la reducción de emisiones por deforestación. Correa, negándose a cambiar de opinión, dejó en claro que él tenía un “Plan B” para explotar el petróleo si otros países se negaban a cumplir con sus términos. “No vamos a ser tontos útiles”, dijo Correa. “No podemos ser como mendigos sentados en una bolsa de oro”.

“Había un aroma de chantaje en el aire”, escribió Alberto Acosta, un economista ecuatoriano que ocupó brevemente el cargo de ministro de energía y minas, “y alimentaba las dudas”.

El 15 de agosto de 2013, con un compromiso de los países donantes de menos del 10 por ciento del precio que Correa pedía, el presidente anunció que retiraba la propuesta para reservar el bloque ITT del Yasuní. “El mundo nos ha fallado”, dijo Correa en un discurso televisado en el que condenó “la gran hipocresía” de las naciones que emiten la mayor parte de los gases de efecto invernadero del mundo, mientras exigen a las naciones más pobres que sacrifiquen el progreso económico por el medioambiente. Correa dejó en claro que el país había fijado un nuevo rumbo: Ecuador podría perforar su camino hacia la prosperidad.

Al parecer, lo que Correa no había entendido era hasta qué punto los ecuatorianos valoraban su mayor área protegida. El anuncio reavivó los sentimientos ambientales y de derechos indígenas que se habían encendido por primera vez después de que Chevron Texaco había arrasado con el Amazonas en los años 1980 y 1990.

“Esta vez la gente podía ver que no eran los gringos los que iban a arruinar nuestras selvas tropicales, que era nuestro propio gobierno”, dice Patricio Chávez, uno de los fundadores de lo que se conocería como el movimiento Yasunídos.

Alentados por las encuestas que estimaban que cerca de tres cuartas partes de los ecuatorianos estaban de acuerdo en dejar el petróleo de ITT bajo tierra, Yasunídos organizó marchas y batallas en los tribunales y exigió que el gobierno respetara la constitución. Y comenzaron la recolección y verificación de firmas para una petición reclamando un referéndum nacional sobre el Yasuní.

Lo que los ecuatorianos —y el mundo— podrían perder se hace evidente al llegar a la Estación de Biodiversidad Tiputini, situada en un recodo del río Tiputini, cerca de 45 millas río abajo de la Estación Científica Yasuní. Remotos y accesibles solo por barco, los senderos a orillas del Tiputini están llenos de vida, con animales que se han vuelto escasos en las partes más accesibles del parque.

En nuestro primer día completo en Tiputini, Jarrín y yo pasamos medio día explorando con Mayer Rodríguez de 73 años de edad. “Puede ver más cuando se mueve lentamente”, dice el guía de aguda visión mientras pasa por encima de una raíz expuesta de un árbol ficus que se extiende casi a 1.000 pies de distancia del tronco. “He caminado por estos senderos miles de veces, y siempre me encuentro con algo que no he visto antes”, dice. “Siempre”.

Hay un montón de animales grandes y carismáticos para ver aquí: un tapir mascando plantas plácidamente. . . un oso hormiguero gigante recorriendo el suelo del bosque en busca de su próximo comida. . . una anaconda que cuelga de una rama sobre el río, tomando sol a la espera de algo para tenderle una emboscada. Pero en Tiputini, las criaturas más pequeñas pueden ser las más sorprendentes. Mayer me llama la atención sobre un insecto palo de un pie de largo posándose cerca de lo que parece ser una hoja, pero que es, tras observarlo más de cerca, un saltamontes cuyas alas incluso tienen lo que parece ser los bordes ennegrecidos y mordisqueados de una hoja.

Con 10 especies de monos, Tiputini apoya un activo programa de investigación de primates. “Este es el lugar perfecto para su estudio, ya que no han sido cazados”, dice Evelyn Pain, una primatóloga de Stony Brook University que investiga monos lanudos. “Sin embargo, esta especie es tan grande y dócil que por lo general son los primeros en desaparecer cuando los cazadores entran en una zona”.

Después de localizar a una tropa de aproximadamente una docena de lanudos (dos de los especímenes con collar de radiomarcaje), Pain y dos colegas les siguen a medida que se abren camino a través del dosel, usando sus colas prensiles como un quinto miembro. Un cuarteto de gavilanes bidentados los rodea a medida que avanzan, lanzándose para atrapar los insectos forzados a salir debido a la conmoción de los monos.

Al final de un día de abrirse paso entre la maleza y resbalarse en senderos fangosos en busca de los monos, los investigadores me han dejado prácticamente exhausto. Pero es difícil resistirse a la perspectiva del avistamiento de aves a la puesta del sol. Y así, a riesgo de perder la llamada de la cena, me desvío hacia un estanque grande para comandar un bote de remos.

Aunque el Amazonas está lleno de oportunidades extraordinarias para añadir a las listas personales, la densa selva puede ser un lugar frustrante para la búsqueda de aves: Las especies que viven en la copa de los árboles se mantienen en la altura, iluminadas por el cielo, mientras que las aves del sotobosque nunca carecen de un refugio. Pero desde el agua, con visión del suelo a la copa de los árboles, uno se da cuenta de lo alucinante que es aquí la vida de las aves. Puedo vislumbrar a los habitantes de la copa de los árboles como el cotinga de garganta morada y el tangara del paraíso y consigo ver perfectamente a los moradores del suelo como el tinamú ondulado y la perdiz cara roja. Hay guacamayos de todos los colores, arasarís y tucanes, y un buco collarejo. Un sobrevuelo de la que podría ser un águila arpía provoca un momento de pánico entre los pájaros que están más abajo, pero el ave de rapiña se mantiene lo suficientemente elevado como para negarnos una mirada cercana a la mayor y más poderosa águila del mundo, cuyas garras son más largas que las de un oso pardo.

Más tarde, diviso un Hoatzín. Una mirada a esta extraña criatura disipará cualquier duda de que las aves son retrocesos evolutivos a la era de los dinosaurios. Brillante y multicolor, de ojos rojos y saltones y una cresta rizada y puntiaguda, el hoatzín tiene un sistema digestivo similar al de una vaca, lo que le permite fermentar las hojas y los brotes. Al igual que la primera ave-lagarto (el Archaeopteryx), los polluelos del hoatzín utilizan las garras en los dígitos de sus alas para subir a sus nidos.

Al día siguiente, mientras nado en el río Tiputini, noto un par de pájaros hormigueros que vuelan fuera del sotobosque con varios Trepatroncos Golianteados. Una vez fuera sobre el río, la partida de caza multiespecie crece rápidamente, añadiendo currucas y otras aves a medida que zigzaguean aguas abajo.

Tjitte de Vries, un ornitólogo de la PUCE (Pontificia Universidad Católica del Ecuador) que ha hecho varios descubrimientos y reclasificaciones de especies de aves, me dijo, cuando nos encontramos en Quito, que observara tales bandadas de especies mixtas, uno de los fenómenos de aves tropicales que él ha estudiado. De Vries, quien ha observado hasta 40 especies trabajando en equipo en el Yasuní, dice que la adaptación parece aumentar la eficiencia de forrajeo y puede ayudar en la detección y evasión de depredadores. “Con más ojos y más voces, se obtienen más alertas ante los depredadores y una mayor diversidad en cuanto al alimento que encuentran”.

Originario de los Países Bajos, de Vries llegó al Yasuní para estudiar la vida aviar después de más de una década en las Islas Galápagos. “Me fui de ese extremadamente simple y aislado ecosistema para hacer frente a lo que es probablemente el más complejo de los ecosistemas del planeta en el Yasuní”, dice. “Usted ve todo tipo de interacciones que rara vez vería en cualquier otro lugar”.

De Vries ha investigado los efectos de la exploración de petróleo en la fauna de la selva, trabajando a veces como contratista de las mismas petroleras. “Los derrames y la contaminación captan la atención, pero los impactos secundarios son mucho peores en un lugar como este”, dice. “La compañía podría decir, ‘Oh, solo hay un impacto de 10 hectáreas en torno a una plataforma petrolífera; los animales desplazados solo se dispersarán’. Pero esa parte de la selva ya está poblada hasta una capacidad sostenible. Los animales desplazados no pueden ir allí a menos que desplacen a otros. De cualquier manera”, dice, alternando entre inglés y español, “los animales simplemente morirán”.

Una de las principales conclusiones de de Vries es que, para muchas de las aves que habitan en la copa de los árboles del bosque, un camino a través de la selva tiene el mismo efecto que una pared. “Usted pensaría que vuelan a través de él, pero no lo hacen. Se rompe su hábitat y las aves quedan cercadas. Se interrumpe la alimentación y la reproducción y la migración, y se limita la diversidad genética”.

De Vries y otros defensores de la vida silvestres han solicitado a las compañías petroleras que reduzcan el ancho de las calzadas y dejen las secciones sobresalientes de los árboles con el fin de proporcionar un puente a las criaturas de las copas, pero las empresas no han incorporado esto como una práctica habitual.

Aunque algunos expertos dicen que los impactos de los proyectos de petróleo y gas en el Amazonas pueden minimizarse mediante el uso de nuevas tecnologías para plataformas de perforación y otras infraestructuras, otros no están de acuerdo.

“La gente se pregunta: ‘¿No podemos explotar el petróleo de una manera ecológicamente responsable?’”, dice Kevin Koenig de Amazon Watch. “En algunos lugares, sí, pero en lugares como este, tan ecológicamente frágiles y tan diversos, con tribus no contactadas que viven en aislamiento voluntario, la respuesta es no”.

En abril de 2014 la líder Waorani, Alicia Cahuilla, entregó el primer bloque de un total de 757.623 firmas a la Comisión Nacional de Elecciones, solicitando un referéndum nacional sobre la extracción de petróleo en el Yasuní. “Estamos luchando por Yasuní porque es nuestra casa”, dijo Cahuilla. “Al presidente Correa no le gustaría que las compañías petroleras fueran a su casa y la derribaran de la misma forma en que vienen y cortan los árboles y construyen carreteras en nuestros hogares de la selva”.

Los Yasunídos, a quienes Correa había atacado llamándolos “alborotadores”, “falsos ecologistas”, y “lunáticos bien alimentados”, habían verificado cuidadosamente las firmas y recolectado un 25 por ciento más de lo requerido. Pero con las encuestas de opinión que mostraban que una clara mayoría de los ecuatorianos abogaba por dejar el petróleo de ITT bajo tierra, incluso sin una compensación internacional, lo último que el presidente quería era una votación. Unos días más tarde, la comisión electoral invalidó el 66 por ciento de las firmas y suspendió el referéndum. (Una investigación posterior de la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito estudió una muestra de 20.064 firmas y estimó que 673.863 del total recolectado por los Yasunídos eran válidas).

El anuncio de que la elección fue anulada llevó a los manifestantes a las calles. Pronto siguió una represión, con derechos civiles suspendidos, miembros del gabinete y otros funcionarios del gobierno forzados a dejar sus puestos, y ambientalistas y líderes indígenas detenidos y acosados.

“Al final”, dice Patricio Chávez, “nos aplastaron”.

 

Era difícil no sentirse aplastado después de mi conversación con Chávez, a quien había conocido en Quito. Pero en mi última tarde en Tiputini, el mundo industrializado parece estar muy lejos. Rodríguez, Jarrín, y yo seguimos un caótico alboroto de periquitos, loros y guacamayos hacia un saladero, una depresión fangosa cuyo alto contenido de sal atrae a animales de todo tipo. Aunque tenemos cuidado de acercarnos en silencio, las huellas recientes de capibaras, tapires y pecaríes nos dicen que nos hemos perdido algo de la acción.

En medio de un charco, unas pocas burbujas de aceite en la superficie, forman un brillo sobre las aguas poco profundas. “Un poco de petróleo que surge de forma natural, como esto, no molesta a los animales”, dice Rodríguez. “Pero tan pronto como la gente intente bombearlo, comenzarán los problemas”.

A finales del año pasado, las plataformas petrolíferas se trasladaron al bloque ITT y comenzaron a perforar cerca de la frontera norte del parque. En julio de este año, se enviaron los primeros barriles de crudo comercial. El vicepresidente Jorge Glas declaró que la reserva sirve como un “regalo para las generaciones futuras”. También anunció que la perforación exploratoria había impulsado la estimación del potencial de la reserva a 1,67 mil millones de barriles de petróleo, casi el doble de lo previsto en un principio.

Pero es probable que una mayor cantidad de crudo no dé mucho alivio a esta nación, gracias a una serie de reformas fallidas. Ecuador reescribió sus leyes de petróleo en 2010 para darle al Estado una mayor proporción de lo que entonces eran beneficios extraordinarios del petróleo, y estuvo de acuerdo en dar a los productores extranjeros un precio fijo por barril bombeado. Después de incumplir los pagos de lo que Correa llamó bonos extranjeros “inmorales”, el país se vio obligado a recurrir a los chinos por $15,2 mil millones en préstamos para financiar la extracción de petróleo, mejoras en la infraestructura y programas sociales. Los chinos insistieron, de manera premonitoria, en que los préstamos fueran pagados con petróleo a menor precio. Como consecuencia de la caída de los precios del petróleo, los analistas estimaron que Ecuador estaría, al final del verano, vendiendo el petróleo de ITT a casi $20 menos por barril de lo que cuesta producirlo. A raíz de una destructiva erupción del volcán Cotopaxi y un desastroso terremoto en la costa del Pacífico, cada barril de petróleo que se bombea empuja al alguna vez muy prometedor país a endeudarse cada vez más. Los guardaparques dicen que ya no tienen combustible para los barcos y vehículos que necesitan para patrullar el parque frente a las incursiones cada vez más audaces de los cazadores furtivos y leñadores ilegales peruanos.

“Se podría observar fácilmente lugares como Nigeria y ver venir esto”, dice Verónica Potes, una abogada de Quito y activista de los derechos de los pueblos indígenas. “Pero eso no tenía que suceder aquí. La codicia y la falta de transparencia han convertido la bendición de tener recursos abundantes en una maldición”.

Y, sin embargo, la suerte de la mayor parte del Yasuní todavía no está echada. Solo unos pocos de los 360 pozos propuestos se han perforado en el bloque ITT del Yasuní, y en las grandes extensiones de bosques vírgenes, justo al sur del parque, los pueblos indígenas han logrado hasta el momento defender sus territorios de la perforación. Mientras tanto, nuevos proyectos que implican la observación de aves y otras formas de turismo ecológico, productos botánicos derivados de los bosques, el cacao y la tala selectiva están surgiendo como alternativas más sostenibles a la extracción de minerales.

En 2017, un nuevo gobierno (Correa no buscará la reelección) podría ver la explotación continua como una desventaja política y estar más abierto a la preservación de la Amazonía Ecuatoriana para las generaciones futuras. Eso es mucho más probable, según ambientalistas ecuatorianos, si existe presión extranjera. La fallida iniciativa ha tenido éxito, al menos, en el aumento de la conciencia mundial sobre la importancia del Yasuní y en el trazado de una línea más clara desde la extracción de combustibles fósiles a respuestas proactivas al cambio climático. A pesar del papel de Correa en la aniquilación de la iniciativa, él tenía, al menos parcialmente, razón en cuanto a que el mundo le había fallado al Yasuní.

Preservar el lugar con mayor biodiversidad de la Tierra depende, al menos en parte, de nosotros, sobre todo a raíz de una reciente investigación de Amazon Watch que rastreó la ruta del crudo proveniente del oeste del Amazonas. Resulta que los chinos, con más petróleo del que pueden usar, están revendiendo la mayor parte a los Estados Unidos. Los activistas esperan que el petróleo amazónico algún día sea estigmatizado como el petróleo de las arenas bituminosas de Canadá, con boicots y presiones concomitantes para la desinversión.

Si la experiencia piloto de Yasunízación es predictiva, o meramente un contratiempo en la línea de partida hacia una manera viable de preservar la biodiversidad y frenar el cambio climático, aún está por verse. Pero las semillas de una solución probablemente se encuentran en algo así como lo que se propuso originalmente para Yasuní. Sin incentivos para mantener el petróleo en el suelo, podría ser imposible para el Ecuador, o para cualquier país en desarrollo, liberarse de la maldición del petróleo.

Mientras me siento para mi última cena en la estación Tiputini, la puesta del sol bosqueja las siluetas de una tropa de monos tití pigmeos (el mono más pequeño del mundo, con un peso de tan solo 3,5 onzas) moviéndose a través de las ramas bajas. Por encima de ellos, una bandada de guacamayos escarlata riñen sobre una abundante cantidad de frutas del bosque. El mundo industrializado todavía parece estar muy lejos. Pero a menos de 15 millas de la zona de comedor al aire libre del Tiputini, las plataformas petroleras ya están en su lugar.

“Sí, estamos preocupados”, dice Kelly Swing, el biólogo que codirige la estación. “Hasta ahora, la construcción de carreteras y la exploración no han afectado las partes de mayor importancia ecológica del parque. Pero, ya se están acercando al núcleo. Aun cuando se esforzaran más en disminuir los impactos, hay algunos lugares que son demasiado frágiles para ser perforados para extraer petróleo”.

La noche ecuatorial llega con rapidez. Después de la cena, acompaño a algunos de los estudiantes de Swing a una caminata nocturna a la plataforma de observación de Tiputini, que se eleva por encima de la copa de los árboles del bosque. Sobre de un concierto de ranas, escucho el rasposo chwip de un Chotacabras de Escalera, comenzando su salida nocturna para buscar insectos. A mitad de camino de subida a la plataforma de 140 pies de altura, enfocamos nuestras luces en una familia de monos nocturnos, que nos miran desde la horquilla de un árbol.

En la cima, apagamos nuestras luces, siguiendo el consejo de Swing, y miramos hacia el norte. Tarda un minuto más o menos para que nuestros ojos se acostumbren a la oscuridad. Luego, uno por uno, lo advertimos: el tenue resplandor anaranjado del gas que se quema en una boca de pozo, más allá del horizonte.

Las conversaciones se apagan mientras miramos la parte superior de la selva, en una noche sin luna iluminada por una luz más que indeseada.