Aunque suene contradictorio, sin innovación financiera y buenos proyectos no hay conservación posible. La velocidad del cambio climático y su impacto en la biodiversidad -como lo evidencian millones de aves que hemos perdido en el hemisferio occidental- no se compadece con el ritmo en las respuestas dadas por los gobiernos, la banca multilateral, las instituciones privadas o las iniciativas ciudadanas.
Literatura y metas compartidas a favor del planeta hay de sobra. Y el caso de negocio para la conservación está prácticamente listo. A pesar de los avances, año tras año llegamos al mismo punto: estamos rezagados en la cantidad y calidad de la inversión en proyectos que atiendan efectivamente las necesidades actuales de desarrollo y, a la vez, los desafíos a mediano plazo para conservar lo que aún existe y restaurar lo recuperable de los ecosistemas.
Conservación sin plata es conversación es un mantra que sigue vigente y debe traerse a la mesa, sin desconocer que el diálogo entre financiamiento, buenos proyectos y conservación se ha ampliado en los últimos años y ha contribuido a encausar mayores recursos a favor de la biodiversidad. Inclusive, la terminología para hablar un mismo idioma entre inversionistas o banqueros y ambientalistas está: bonos de carbono, financiación verde-azul, portafolio sostenible, transformación sostenible, valoración de servicios ecosistémicos, objetivos ESG, y capital natural, por supuesto.
Pero la brecha en la inversión se mantiene. Informes globales y sobre América Latina así lo señalan. Por ejemplo, de acuerdo con el estudio “Conservation finance: What are we not doing? A review and research agenda”, si bien entre 2012 y 2019 la inversión global para la conservación se triplicó, “sigue siendo insuficiente en comparación con el gasto en subvenciones agrícolas, forestales y pesqueras que degradan la naturaleza, que resulta ser al menos de dos a cuatro veces mayor. Por tanto, según la investigación, de aquí a 2030 es necesario gastar entre 598.000 y 824.000 millones de dólares más anualmente para ser positivos para la naturaleza, algo que no puede lograrse únicamente mediante inversiones gubernamentales y filantrópicas y requiere la participación de la inversión privada”.
Las cifras son preocupantes. En el más reciente informe sobre el Estado de la Financiación para la Naturaleza (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente 2023), “en 2022, las inversiones en soluciones basadas en la naturaleza ascendieron aproximadamente a US$ 200.000 millones, pero los flujos de financiación para actividades que dañan directamente la naturaleza superaron en más de 30 veces esta cifra”. Más específicamente, “los flujos de capital privado negativos para la naturaleza ascienden a un valor de US$ 5 billones anuales, 140 veces más que los US$ 35.000 millones de inversiones privadas destinadas a soluciones basadas en la naturaleza. Los cinco sectores que concentran la mayor parte de los flujos financieros negativos (construcción, suministro eléctrico, inmobiliario, petróleo y gas, y alimentación y tabaco) representan el 16% del total de los flujos de inversión en la economía global, pero constituyen el 43% de los flujos negativos para la naturaleza asociados a la destrucción de bosques, humedales y demás hábitats naturales”. Y el sector público no se queda atrás, especialmente con las subvenciones a cuatro sectores - agricultura, combustibles fósiles, pesca y silvicultura-, cifra que en 2022 llegó a los US$1,7 billones.
Estos datos, que en conjunto cubren más de una década, ponen de manifiesto una constante disparidad entre el capital de financiación destinado a soluciones basadas en la naturaleza y los flujos de capital negativos para la naturaleza.
Rutas de inversión
Pasemos de los dichos a los hechos. En ese tránsito, las aves se han convertido en embajadoras sin igual para la movilización de recursos para la conservación gracias a ser especies indicadoras de la salud de los ecosistemas, que son soporte indispensable para lograr desarrollo y resiliencia ante los impactos del cambio climático. Sus rutas migratorias nos permiten identificar los puntos geográficos críticos para la biodiversidad y áreas estratégicas a las cuales llevar inversión estructurada.
Esa es la aproximación innovadora que trae la Iniciativa de Rutas de Aves Migratorias de las Américas- AFI (por sus siglas en inglés), alianza poderosa que reúne la ciencia y el conocimiento ambiental de dos organizaciones conservacionistas líderes, Audubon y BirdLife International, con la experiencia del Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe- CAF, el cual aporta al desarrollo regional desplegando inversiones de alto valor. Consolidar un portafolio verde -azul estratégico para las aves migratorias también dará respuesta a las necesidades de los gobiernos locales o nacionales de los países latinoamericanos.
Pero AFI no es solo un mecanismo de financiamiento. Se enfoca en el diseño y acompañamiento de proyectos que requieran estructuración o mejoramiento para acceder efectivamente a fondos y a datos que permitan demostrar el retorno económico, ambiental y social de la inversión, que es tal vez uno de los principales vacíos en el universo de la conservación. Allí está la innovación, en la combinación caso a caso de ciencia aplicada con herramientas financieras para proteger sitios críticos para las aves y la vida silvestre, bajo un esquema de desarrollo sostenible que integra y expande soluciones basadas en la naturaleza e infraestructura amigable con las aves.
AFI es nuestra aproximación para cerrar la brecha de financiamiento de la agenda de biodiversidad, cambio climático y desarrollo sostenible. Este instrumento de inversión sigue las rutas migratorias para identificar las barreras de acceso a los recursos y crea un mecanismo de financiamiento verde-azul. Basándose en estudios de casos y con el apoyo de equipos profesionales que comprenden el contexto y las especificidades locales, estructura proyectos verdes que aceleran el despliegue de soluciones al tiempo que evalúan el impacto en las comunidades y la biodiversidad.
Esta propuesta a favor del desarrollo busca la integración de infraestructura sostenible que en su diseño considere a las aves para mitigar posibles impactos, sea segura y amigable con las aves y beneficiosas para las comunidades. Así trabajamos ya en Chile y Ecuador, proyectos a escala que nos darán herramientas probadas para luego multiplicar este modelo a lo largo del hemisferio, desde los bosques boreales hasta la Patagonia.
Estamos en una etapa de transición, pero no puede ser eterna. La CAF avanza hacia la transformación y fortalecimiento como banco verde de la región – 40% de portafolio verde para 2026- justamente en un momento donde hay mayor entendimiento entre economistas, biólogos, estructuradores de proyectos y ecólogos, quienes identifican de manera más amplia los riesgos y las oportunidades para nuestras sociedades. La biodiversidad debe ser un eje en la valoración de proyectos de desarrollo. Con una inversión en 30 proyectos en los próximos 10 años, AFI materializa este propósito.
Las aves nos están diciendo insistentemente que, si queremos elevar las respuestas a la crisis climática y beneficiar el desarrollo sostenible de América Latina y el Caribe, la clave está en la adecuada combinación entre ciencia e inversión. Esa es la “fórmula secreta” que debemos llevar a todos los países para darle alas a la transformación. El retorno lo veremos en recursos, sí, pero también en el cielo al ver pasar las aves migratorias de las Américas.