Un mejor modo de reducir las inundaciones desastrosas en el río Misisipi

Nuestros intentos para contener el río Misisipi, cada vez más crecido, han fallado y se produjeron inundaciones catastróficas. Este es el momento para trabajar con la naturaleza, no en su contra.

En Davenport, Iowa, la vida gira en torno al río Misisipi. El centro da a este cauce de agua ancho en el que, debido a una curvatura, el río de 2,300 millas de largo fluye de este a oeste en lugar de hacerlo de norte a sur. Los parques extensos a lo largo de la ribera son sede de juegos de béisbol y festivales de música, así como hay turistas que desembarcan a la mitad del recorrido para visitar cervecerías, museos y tiendas. El río Misisipi suele ser el orgullo de los locales, pero esta primavera lo miraban con desconfianza. Este río caudaloso y marrón comenzó a aumentar en marzo, y con cada día que pasó, el agua lodosa fue avanzando hacia el interior la ciudad, impulsada por los deshielos y las lluvias torrenciales. Al cabo de una semana, el nivel de agua había subido nueve pies y no se detenía. Superó los 15 pies –etapa de inundación, cuando el agua llega a zonas que no suelen inundarse– y siguió en aumento hasta llegar a una altura récord de 22.7 pies el 2 de mayo.

A medida que el agua fue aumentando, dejó sumergida la cobertura de los parques, la ribera de nueve millas de la ciudad. El caudal de agua transformó la concha acústica y el estadio de béisbol en islas y a las copas de los árboles que marcan lo que suelen ser acres y acres de hierba en boyas de color esmeralda. Alrededor de un billón de galones de agua se acumularon en el humedal de Nahant, que se encuentra al oeste del centro y había sido restaurado. Una de las barreras temporales de HESCO –estructuras de metal móviles que evitan el agua del río– se rompió de manera abrupta a fin de abril. Como consecuencia, varias manzanas del distrito empresarial se inundaron y los equipos de emergencia tuvieron que luchar para evacuar los edificios. Pasaron más de siete semanas hasta que el agua retrocedió hasta alcanzar un nivel inferior a los 18 pies, lo cual aplastó el récord anterior de 31 días. 

Davenport es solo una de las decenas de comunidades de los ocho estados ubicados a lo largo del Misisipi que registraron inundaciones históricas durante la primavera y el verano pasados. La serie de desastres causó daños por más de 2 mil millones de dólares y acabó con la vida de al menos tres personas. Se rompieron diques a lo largo del río, que alcanzó las siete millas de ancho en un sector, lo cual a su vez provocó inundaciones en pueblos y tierras agrícolas desde Wisconsin hasta Luisiana. Se mantuvieron barcazas que transportan maíz y soja de exportación alejadas del Misisipi durante meses y las cosechas de este año podrán verse afectadas a raíz de las demoras generalizadas en las plantaciones debido a las lluvias. 

En la cuenca del Misisipi, las inundaciones siempre han sido parte de la vida cotidiana, pero hemos creado un río preparado para rebalsarse de manera considerable. Este es un problema que el cambio climático ya está agravando. Hemos transformado los pastizales y humedales que absorben agua de lluvia de manera natural en tierras agrícolas y pueblos. A su vez, al colocar vallas y diques a lo largo del río, lo hemos alejado de llanuras que se han inundado de forma histórica. Cuando se acumula una presión de billones de galones de agua extra, la única opción que le hemos dejado al río es desbordarse cuando y donde pueda. 

Una medida consiste en reforzar y expandir el sistema de muros de contención y diques. En abril, en una reunión de la Comisión del Río Misisipi, el General Mayor Richard Kaiser del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos remarcó que, consecuencia de la inundación histórica, mucha gente estaba solicitando un sistema de diques y barreras similar al del curso inferior del río Misisipi. “Quizás este acontecimiento ayude a impulsar eso”, comentó. 

Davenport está adoptando un enfoque diferente. Es la ciudad más grande de Iowa junto al Misisipi y una de las pocas sin un muro de contención permanente. En lugar de apoyarse en barreras firmes que aguanten el caudal de agua y aumenten la presión sobre el sistema, depende de que los parques de la ribera y su humedal actúen como válvulas de descarga. Más allá de la barrera de HESCO que se rompió, este año todo salió como estaba previsto. “Construir un muro de contención, un muro de estructura sólida, empuja los problemas río abajo”, afirma el alcalde Frank Klipsch. El volumen de agua creciente desborda a la próxima ciudad, y así sucesivamente. 

Tal como lo dejó en claro la destrucción causada por las inundaciones de este año, los viejos métodos no están dando resultado. En las comunidades ribereñas y en toda la cuenca del Misisipi, está cobrando impulso un control más natural de las inundaciones. Estas iniciativas prometen no solo proteger a las ciudades del Medio Oeste, sino también recuperar el hábitat que se vuelve cada vez más esencial para la vida silvestre a medida que las temperaturas aumentan. 

Entre abril y junio, las tormentas siempre dicen presente en Iowa y llegan puntuales, como programadas por reloj. El aire se vuelve más denso debido a la humedad, y las cenizas de los relámpagos y los truenos rugientes señalan el carácter dramático del diluvio que se acerca. “Siempre hemos tenido estas tormentas de primavera y verano”, cuenta Gene Takle, ex director del programa climático de la Universidad Estatal del Iowa. “Llegan desde Nebraska y azotan al estado de Iowa aproximadamente a las seis de la tarde y en lugar de perder fuerza, se intensifican”. 

El sistema climático puede ser predecible, pero en años de humedad excepcional, la destrucción causada por las inundaciones es todo menos predecible. En mayo de 1844, las tormentas provocaron enormes inundaciones en el Misisipi, que en esa época era un río casi totalmente salvaje. Sin diques ni muros de contención que lo retengan, el río se ha ensanchado hasta llegar a unas 15 millas en algunos puntos y ha tenido máximas de 41.4 pies. 

Unos años después el Congreso aprobó las Leyes sobre Tierras Pantanosas de 1849 y 1850, que brindaron financiación para la construcción de diques. Los proyectos de ley transferían los humedales de propiedad federal a los estados, que los drenaron y los vendieron. Millones de acres se convirtieron en tierras agrícolas. En medio de la avalancha de construcción de diques subsiguiente, surgieron inquietudes en cuanto a lo siguiente: Un informe del Departamento de Guerra de 1852 destacó que “agua que antes se dejaba dispersarse por varios miles de millas cuadradas de tierras bajas... por lo tanto, se ve obligada a subir más y a bajar más rápido”. No se prestó atención a la advertencia. 

En lugar de ello, el gobierno federal expandió el control de inundaciones de manera masiva después de la Gran Inundación de Misisipi de 1927, que dejó 27,000 millas cuadradas de tierra bajo el agua, más de 700,000 personas desplazadas y por lo menos 250 muertos. Durante la próxima gran inundación, en 1993, menos de 50 personas fallecieron, pero la inundación afectó a más tierras que en 1927: 400,000 millas cuadradas y por lo menos 75 pueblos se inundaron por completo. Algunas comunidades nunca se reconstruyeron. De acuerdo a un informe federal sobre las causas y consecuencias de la inundación, encargado por el gobierno de Clinton, los diques y reservorios construidos por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército evitaron posibles daños estimados en más de 19 mil millones de dólares. Sin embargo, cientos de diques de los ríos Misisipi y Misuri también se rompieron o se desbordaron. Los autores del informe destacaron la necesidad de que se realicen más investigaciones sobre el rol de los ambientes naturales para absorber y minimizar las inundaciones. En la actualidad, este enfoque cada vez gana más consenso entre los científicos y los líderes comunitarios. 

El informe no menciona el cambio climático, pero Gerald Galloway, quien coordinó la investigación, dice que todas las señales estaban presentes. “En la inundación del año ‘93 sucedían cosas que indicaban que las cosas no iban bien”, afirma, “que el clima no se estaba comportando de manera normal”. 

Ahora se comprende que, incluso en 1993, esas tormentas nocturnas –consecuencia del aire caliente y húmedo que la corriente de bajo nivel empujaba hacia arriba desde el Golfo de México– ya estaban cambiando. En los últimos 30 años, se registró un 20 por ciento más de precipitaciones entre abril y junio en comparación con el mismo período de cualquiera de los 90 años anteriores. Iowa registró más lluvias en el plazo de 12 meses que finalizó esta primavera que durante cualquier período de tiempo similar en 124 años. La tendencia de tormentas más frecuentes y húmedas continuará a menos que las emisiones de carbono se reduzcan de forma drástica. Según la Cuarta Evaluación Climática Nacional, las lluvias torrenciales que en la actualidad ocurren cada 20 años ocurrirán dos o tres veces por período de 20 años en gran parte del curso superior del Misisipi de aquí a 2100. 

“El Golfo de México comienza a calentarse en primavera –eso es natural. La corriente de bajo nivel a chorro siempre está allí –eso es natural,” comenta Takle. “Lo que está haciendo aumentar la intensidad es el aumento de las temperaturas a nivel global”. Cuando las temperaturas acuáticas en el Golfo son más altas, se evapora más agua al aire, lo cual produce mayores concentraciones de humedad en el Medio Oeste. Eso lleva una gran cantidad de humedad a las mismas tormentas anteriores y deriva en precipitaciones de siete u ocho pulgadas en lugar de dos o tres. Takle explica que aún es posible que haya años con niveles de precipitaciones bajos, pero “cada vez va a ser menos probable que haya años relativamente secos o que se consideren normales”. 

Ahora la pregunta es si continuaremos redoblando la infraestructura dura o si finalmente prestaremos atención a las advertencias y volveremos a considerar el modo de controlar las inundaciones. “El desafío”, dice Galloway, “se basa en si estamos preparados para lidiar con esto”. 

Mientras que ciudades vecinas han construido muros de contención en el último medio siglo, Davenport ha optado por conservar su vista al río. En la década de 1980, la ciudad rechazó un plan para construir un muro de contención de 34 millones de dólares con apoyo del gobierno federal y, en lugar de eso, adquirió propiedades en tierras bajas y reforzó sus zonas naturales para actuar como amortiguador. Después de la inundación de 1993, nuevamente se pronunció en contra de barreras permanentes contra las inundaciones. 

Después de la inundación de este año, la ciudad está realizando una revisión profunda de sus planes de respuesta a las inundaciones. “Lo que este desastre ha permitido ver es que necesitamos estar aún más preparados de lo que ya lo estamos”, comenta Kyle Carter, director ejecutivo de Downtown Davenport Partnership, una entidad sin fines de lucro que se enfoca en el desarrollo económico. Si bien la comunidad comercial local, que fue la más afectada por las inundaciones, no piden a gritos un muro de contención a lo largo de la ribera –en principio, arruinaría la vista–, algunos residentes apoyan la construcción de una estructura permanente. 

El alcalde Klipsch está decidido a mantener una ribera abierta y a ampliar los desagües naturales a lo largo del río. No está solo. El Misisipi había superado con creces la etapa de inundación en Iowa cuando él y los alcaldes de otras 89 comunidades ribereñas publicaron una declaración en la que hicieron un llamado a más infraestructura natural como respuesta al desastre que estaba en curso. En líneas generales, afirman que cuentan con el apoyo de sus constituyentes. “En el pasado, si uno deseaba seguir siendo alcalde, no podía hablar de nada que no fuera un muro de contención o un dique”, recuerda Colin Wellenkamp, director ejecutivo de la Iniciativa de Pueblos y Ciudades del Río Misisipi, una asociación compuesta por 90 alcaldes. “Los tiempos han cambiado”. 

Si bien Wellenkamp cuenta que las millas de parques y humedales de Davenport suscitan la envidia de muchos pueblos ribereños, cada vez más localidades añaden su propia infraestructura verde. Por ejemplo, Arnold, Misuri, ya cuenta con un parque ribereño inundable de 68 acres que está justo sobre el río Meramec partiendo de su confluencia con el río Misisipi. En la actualidad está adquiriendo propiedades adyacentes con la mira puesta en transformar lotes vacíos en espacios inundables. El plan protege tanto a Arnold como a su vecino río abajo, Kimmswick, que podría quedar devastado si Arnold optara por un muro de contención. 

En el Cabo Girardeau, Misuri, se han estado realizando esfuerzos desde 1993 para eliminar los hogares propensos a inundarse y el proyecto de la ciudad está reemplazando una zona baja que solía ser residencial por parques. Mientras tanto, Grafton, Illinois, concluyó un pequeño proyecto de humedales similar al del humedal de Nahant y ya está pensando en expandirlo. Restaurar estas zonas naturales también crea hábitats. Incluso cuando las paredes de sacos de arena que protegen el centro de visitantes de Nahant crecían unas pulgadas, las especies silvestres abundaban en los 305 acres de espadañas, juncos y flores silvestres. Una pareja de águilas calvas empolló crías, algo extraño en la ciudad, y una pareja reproductora de Grullas Canadienses volvió al humedal por cuarto año consecutivo. Las Reinitas Cabecidoradas, cuya población mundial se ha reducido en un 40 por ciento desde la década de 1960, nidificó en cajas a orillas del río bajo la sombra de los bosques inundados. Los castores, que en una época se habían extirpado de Iowa, surcaron las aguas. Al hablar de inundaciones, durante mucho tiempo la atención se ha centrado en reducir el riesgo al borde de los ríos. Pero a medida que las tormentas vayan empeorando en los próximos años, proteger a las comunidades implicará mirar más allá de las riberas y llegar a la fuente de la que podría provenir la totalidad del agua destructiva. 

Al igual que en el caso de los agricultores del Medio Oeste, las plantaciones de Hans Schnekloth se vieron interrumpidas por tormentas que le siguió a lluvias torrenciales de esta primavera. Desde su tractor, veía cómo el agua se acumulaba entre las hileras de maíz y soja de su granja en el este de Iowa, formando riachuelos que arrastraban el suelo y los nutrientes de los que depende, y esto a pesar de sus esfuerzos para reducir la escorrentía. Cada primavera, él y su padre plantan semillas nuevas en los restos de los cultivos del año anterior en su granja de 2,800 acres. En este sistema de siembra directa, las raíces en descomposición actúan como embudo para guiar al agua hacia el interior de la tierra en lugar de dejar que se concentre en el suelo. Para reunir más agua de escorrentía, también siembran hierba en las riberas de los cursos de agua. “Pero cuando caen tres pulgadas de agua en media hora”, dice Schnekloth, “no resiste”. 

Esos riachuelos terminan en arroyos que se han alisado, erosionado, canalizado, o todo lo anterior. Acorralados por llanuras inundables, los arroyos desbordados al final suman su caudal al poderoso Misisipi. 

Históricamente, las Grandes Llanuras han actuado como una esponja gigante cuando llovía. El Medio Oeste alto estaba cubierto de praderas de hierba alta y salpicado por pequeños lagos y humedales. En lugar de lo que vio Schnekloth esta primavera, el agua de lluvia se movía con lentitud por las plantas tupidas y se iba filtrando hacia la tierra. Si había exceso de agua, se dirigía a los meandros y humedales grandes a orillas de los ríos, o hacia el pequeño pantano o sector senagoso que se encuentra en todos los zanjones ubicados entre las colinas. 

Más tarde los agricultores araron debajo de las praderas y drenaron los humedales, alterando el rumbo de las inundaciones del Medio Oeste para siempre. En la actualidad, menos del 0.1 por ciento de la pradera de hierba alta de Iowa se encuentra en pie y más del 90 por ciento de sus humedales históricos se han perdido. Esta dura transformación se repite en todo el Medio Oeste. “Esto ha hecho que la tierra deje de estar cubierta por praderas y pase a estar compuesta por hileras de cultivos, lo cual ha incrementado las probabilidades de que la misma cantidad de precipitaciones provoquen inundaciones más graves”, explica Keith Schilling, geólogo del estado de Iowa. Históricamente, tres pulgadas de lluvia podrían haber derivado en escorrentías de una pulgada en lugar de las dos pulgadas actuales. 

Nunca recuperaremos toda la pradera perdida, pero quizás no sea necesario hacerlo. Según la evidencia creciente reunida por investigadores del estado de Iowa, plantar franjas de vegetación autóctona entre los cultivos puede hacer que la cantidad de agua que se absorba aumente de manera considerable. Convertir solo el 10 por ciento de un campo en franjas de pradera (franjas de hierba y flores salvajes de 30 pies de ancho) reduce la escorrentía en un 42 por ciento. Además, evita que casi todos los sedimentos y nutrientes sean arrastrados hacia los cursos de agua. Al visitar una franja de pradera después de una gran tormenta se podrá ver una línea de suelo colocado recientemente. La vegetación tupida habrá obstaculizado su escape. 

Solo se han plantado 576 acres de franjas de pradera entre unos 5,000 acres de tierras de cultivo de Iowa. Sin embargo, cada vez más agricultores están adoptando la práctica, lo cual se destacó en la Cuarta Evaluación Climática Nacional como una adaptación que podría hacer que la agricultura se volviera más resiliente frente a lluvias más intensas. Convertir un décimo de un acre en franjas de pradera cuesta menos de 40 dólares por acre, y los elementos perennes tardan alrededor de tres años en establecerse. 

Los beneficios van más allá del control de las inundaciones, explica Lisa Schulte Moore, cofundadora del proyecto del estado de Iowa llamado STRIPS (Ensayos científicos de hileras de cultivos integradas con franjas de pradera, según sus siglas en inglés). Ella ha encontrado 51 especies de plantas autóctonas en las franjas de praderas, comparadas con 13 en acres en los que solo hay cultivos. Esta diversidad brinda apoyo a la vida silvestre, desde los polinizadores hasta las aves de rapiña. En comparación con los terrenos que solo poseen maíz o soja, los que cuentan con franjas de praderas brindan respaldo al doble de especies de aves, entre las que se incluyen las Mascaritas Comunes y los Arroceros Americanos. De acuerdo al nuevo informe climático de Audubon, las aves de pastizales se encontrarán entre las más afectadas por el cambio climático. Por lo tanto, las franjas de pradera podrían ayudarlas a resistir. Además, los pastizales autóctonos saludables con especies de plantas diversas actúan como disipadores naturales del carbono, por lo que, en última instancia, colocar franjas de pradera a gran escala podría ayudar a quitar más dióxido de carbono del aire y a almacenarlo en el suelo. 

Schulte Moore sostiene que la diferencia que marcan las franjas de pradera se puede oír. En una visita a un maizal de Iowa en junio, “se podía oír el murmullo de las hojas en el viento, pero por el resto, solo había silencio”. En un campo cercano con una franja de pradera, “había abejas zumbando, grillos y distintas especies de aves cantando, y mariposas volando entre las flores”. 

En Davenport, cuando llegó junio el agua de la inundación estaba retrocediendo en Nahant, donde crías de reinitas insistentes cantaban mientras águilas calvas exploraban la zona en busca de peces. En el centro de la ciudad, la mayoría de las actividades comerciales se habían retomado y la limpieza de los parques ribereños estaba en curso. En estos tiempos cada vez más inciertos, la ciudad lucha justamente para eso: para continuar con su vida. 

Este artículo se publicó originalmente en el ejemplar de otoño de 2019 como “After the Rains” (Luego de las lluvias). Para recibir la revista impresa, hágase miembro hoy mismo realizando una donación.