Reimaginando al jilguerito canario

El ícono cultural, Tony Fitzpatrick, combina el arte popular con su obsesión con las aves.

La primera impresión que tuvo Tony Fitzpatrick de un jilguerito fue impresionante. Estaba deshebrando dientes de león en el jardín de su padre cuando vio al ave cantora golpear una ventana. Observó cautivado mientras “saltaba como un marinero borracho”, luego recuperó su gracia, levantó el vuelo y se alejó. “En mi mente de seis años de edad, pensé que se había convertido en parte del sol”, dice.

En ese momento, Fitzpatrick ya estaba fascinado con las aves, en gran parte gracias a su abuela. “Por un trozo de pan se puede escuchar a Dios cantar”, le decía ella mientras alimentaba con mermelada y tostada a los visitantes emplumados en el patio trasero.

Pronto combinó ese interés por las aves con una inclinación por el arte, que a veces lo metía en problemas: Dibujar cabezas aviares en humanos desnudos durante sus clases dio lugar a una suspensión de la escuela católica y a una visita a un psiquiatra. Siguió en ello, y durante décadas, creó un conjunto de impresos que fusionan una gran variedad de medios, tal como grabados, acuarelas, fotografías, cómics y palabras.

Hoy en día, el trabajo del artista de Chicago de 58 años de edad está más inclinado a las aves que nunca. Cada una de las aproximadamente 48 composiciones en su nuevo libro, The Secret Birds, combina su historia personal con arte folclórico, artefactos regionales y la cultura pop para retratar distintas especies de aves. Detrás del jilguerito canario, por ejemplo, Fitzpatrick reviste artísticamente con capas de flores japonesas, un haiku, la silueta de su abuela, quien amaba la naturaleza, y un retrato fantástico de Steve Zissou, un excéntrico personaje de Wes Anderson interpretado por Bill Murray. También dedicó en el collage un poema que surge de su recuerdo de la infancia cuando vio al ave dar vueltas entre los dientes de león. La influencia de los propios jilgueros de John James Audubon es sutil y, en la mente de Fitzpatrick, inevitable. “Al momento de crear la imagen de un ave”, dice, “se entabla un diálogo con Audubon, incluso si se tiene la consciencia de ello o no”.

A diferencia del trabajo de Audubon, los mosaicos de Fitzpatrick se parecen más a búsquedas del tesoro que a estudios de campo. En la introducción de Secret Birds, la autora Helen MacDonald señala que mediante la inyección de múltiples oleadas de simbolismo en su trabajo, Fitzpatrick muestra que una especie puede representar algo diferente para cada individuo y cultura. Sus retratos ilustran las aves como “trozos de vida animada en movimiento”, escribe. “Mientras más nos fijamos en estas imágenes, más cambian las cosas y hablan en su interior”.

Fitzpatrick experimentó recientemente algunos discordantes cambios en sí mismo. Sufrió un ataque al corazón en medio de la creación del libro, y casi vetó el proyecto. Pero regresó y canalizó sus sentimientos en un martín pescador esperanzador, un halcón gerifalte despiadado, un rascador romántico y un omnisciente búho campestre. Tiene una afinidad especial por este último. Cuando Fitzpatrick tenía 13 años, él y su hermana criaron un autillo chillón huérfano al que llamaron Oliver. El artista lo bosquejó, alimentó y limpió los residuos que escupía sobre la ropa sucia de su madre. “Me enseñó a escuchar y cómo esperar, y lo más importante, cómo buscar”, dice Fitpatrick. Él, como tantos otros a lo largo de la historia, desarrolló un profundo respeto por el ave. “En casi todas las culturas, los búhos poseen una gran carga simbólica”, dice. Al igual que el arte de Fitzpatrick.

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